miércoles, 30 de diciembre de 2015

@Micro 62, "Pasaje 55"

- ¿A donde me dijo que iba?– me respondió el chofer del coleto. La verdad, es que tampoco tenía idea de donde era el lugar.
- Al pasaje 55– hice una pausa, tratando de ver si reconocía algo
– eso me dijeron, que era un pasaje corto y sin salida.
- Mire, parece que allí es
– el chofer apuntó a un pasaje cualquiera, pareciera que no tenía ni puta idea de donde quedaba.
Le di las gracias y me bajé...sobre una mierda. Efectivamente, había aplastado un soberano pedazo de caca de perro de proporciones mutantes. Mi pie se hundió a tal punto sobre la plasta, que ingresó dentro de mi zapatilla, contaminándolo todo.
Me senté en la cuneta, golpeando el zapato contra el asfalto. Cada golpe resonaba en la calle, donde no caminaba ninguna alma. Tan solo yo, el mojón y ese pasaje de mierda, donde completaría la misión.
Al entrar al pasaje divisé lo que me dijeron, "La casa arriba del árbol". Su frondoso follaje no permitía ver sobre este, por lo que tenia que dar el grito de rigor para que me contestasen.
- ¡Tengo puro porro!
– me gritó una desconocida voz desde la camuflada casa, sin siquiera avisar que había llegado.
Tomé el coleto mas cercano y me fui con el pedido. Entre el olor a caca y lo que había comprado, nunca un colectivo había olido tan putrefacto.

martes, 29 de diciembre de 2015

@Mentiras en el trabajo 12, "El demonio de los cabellos blancos", Parte 2

Antes de entrar a ese turno
La víspera navideña siempre hacia que las personas llegasen en masa al super. A última hora pero todos con la alegría y el estrés plasmados en sus caras y que, a pesar del sofocante calor que existe allí dentro mientras haces las compras, pareciera no importarles en lo absoluto. Excepto a una persona.
Mi sopeado nuesni, mi mojada espalda y mi pegajosa polera, todo eso se me olvidó al ver al demonio haciendo fila en una de las cajas. No lo podía creer, Papa Noél me había adelantado el regalo de navidad este año.
Me fui corriendo a la caja para decirle a mi compañero que se fuera. Él no tenía porqué sufrir de la avaricia del demonio, yo era el elegido para combatirlo esta vez y ahora, mas preparado que nunca.
A penas posó su bolsa de pan de 536 pesos sobre la banda magnética, lanzé un fuerte grito hacia el aire mientras desenrollaba el largo pergamino que tenía en mi bolsillo del pantalón.

Tanto la cajera como el demonio y el resto de los clientes en la fila miraban consternados como el empaque escribía algo indescifrable en el largo pergamino, mientras se escuchaba la palabra "¡Sello!" y sus extraños movimientos con las manos hacían todo parecer como un espectáculo de navidad. El gorrito que estaba usando el empaque de viejo pascuero se movía al son del viento que emergió desde el mismo pergamino, mientras que el demonio notó que estaba en problemas y comenzó su transformación final.

Las señoras gritaron, las guaguas lloraron y los señores echaban puteadas o aprovechaban de saquear. El demonio de los cabellos blancos se irguió como un monstruoso ser de 3 metros de alto, donde su blanco cabello horripilante parecían largas serpientes dispuestas a asesinarme. Mi meta era clara, había que mandar a este demonio tacaño y la conchadesuhermana al antro de mierda de donde había salido.
Una de sus serpientes me mordió de lleno en el brazo, pero la corté de inmediato con la pita de mi credencial. Su cabeza cayó al suelo, derritiéndose en una nube de fuego y cenizas. Para este entonces, el supermercado estaba vacio y la gente se agalopaba desde las entradas a ver la pelea.
Me faltaba muy poco para terminar el sellado cuando me vi forzado a correr. Caja tras caja fue destruyendo en su intento por alcanzarme, mientras esperaba no fallar ningún salto esquivando al monstruo ni tampoco equivocarme en el sello.
La caja 1 era el punto final de la batalla. Sus serpientes que lanzaban monedas de 10 pesos las lograba bloquear con la funda de las bolsas, mientras que el resto las golpeaba con el pasador de la caja (un tubo hueco para que corra la banda magnética de la caja).
- ¡Nunca te voy a dar propina! ¡Inútil y subversivo de mierda!– me vociferó con su tono tacaño endemoniado. Para su infortunio, sus insultos y miradas en menos me los pasé por la raja, hasta hoy.
- ¡Chupa el pico, viejo culiao'! ¡Sello!
– sus gritos se hicieron mas pequeños y sus serpientes insignificantes. Su cuerpo fue envuelto en una esfera de energía que ni yo podía explicar, la cual se redujo a un tamaño de una bolita, con él dentro. El crujido de sus huesos y órganos me bastó para cantar victoria y echarme en el suelo, exhausto.
Se había acabado. El viejo había muerto y ya nadie perdería su tiempo en ir a empacarle, nunca más.
Ya han pasado 5 días desde que destruí al demonio. Esta mañana me desperté con un picor, ahí justo donde me mordió una de sus serpientes, espero que no sea nada grave.

viernes, 25 de diciembre de 2015

@Micro 61, "Allá arriba"

Allá arriba
Llegué hace 15 años aquí, cuando algunas calles aun no estaban pavimentadas, casas no estaban construidas y hectáreas de terreno no tocadas por el hombre.
Uno de los primeros lugares por los que pasé, fue la torre de alta tensión que se encontraba en la plaza mas cercana a La Casa. El sonido de la electricidad me llamaba la atención, era desagradable, como un montón de zumbidos sobre el cielo, constantes e infinitos.
Mientras comía mi helado que había comprado en un negocio cercano, observé que en la cima de la torre había una carpa montada sobre unas tablas. Extrañado, fruncí el ceño tratando de verificar si esto era cierto, cuando a mis espaldas una señora que viene pasando me lo cuenta.
Todos le llamaban Elliot, un tipo que desde hace muchos años atrás forzó su camino hacia la cima de la torre, acarreando todas las noches sus implementos para sobrevivir allí arriba.
Cuando se supo de la existencia de Elliot, la justicia no tardó en llegar. Altoparlantes, helicópteros, abogados, hasta incluso el mismo alcalde llegaron a mediar con el tipo, el cuál siempre tuvo su as bajo la manga. Como me contó la señora, Elliot había ahorrado durante sus 26 años de trabajo el dinero para comprar una torre, hacerse dueño de ella y así hacer lo que fuera. Los papeles estaban firmados y todo estaba en orden, así lo comprobó la empresa dueña de la torre. El caos se disipó y nadie más volvió a molestar.
Hace unos meses atrás, que fue cuando tomé esta foto, Elliot ya no vivía allí. De un día para otro, sacó todas sus pertenencias y desapareció, como si jamás hubiese existido. Un chofer de micro dice que lo vio una vez, pero que no está muy seguro si lo era o no. Era inconcebible que el viejo Elliot haya robado una micro y asaltado un banco porqué si. Quizá, a pesar de estar tan alejado de todo, su fortuna se había terminado.
Espero que vuelvas Elliot, enserio.

martes, 15 de diciembre de 2015

@Micro 60, "Tatuajes"

Temíamos lo peor. El coche se había estrellado con el poste de luz, botándolo sobre el otro auto; el causante de todo este accidente. Ahora, estábamos todos apostados. Cuatro patrullas rodeaban la escena, cada uno con tres policías esperando la señal de fuego, excepto uno, yo, el hüeón que tenía que convencerlo de que no dejara la pura zorra.
- ¡Las mano' en alto! ¡Sube las manos, hüeón! ¡Súbelas!
– mi garganta ya se estaba desgastando al igual que los oídos de mis compañeros. Tenia la pura caga' en verdad, pero de todas formas no quería que nadie muriese por la paja que me daba gritar ese día.
Para nuestra sorpresa, el sujeto que conducía el auto causante del accidente se incorporó como si nada. La ausencia de su polera nos mostró todo su torso tatuado, con símbolos extravagantes, raros, inusuales, bizarros, nosé... no sabría describirlos bien pero uta', eran hartos. El tipo subió las manos a la cabeza y comenzó a reír, hacia el aire, hacia la nada. Sus carcajadas llenaban toda la calle, por lo que muchas casas aledañas a la zona comenzaron a prenderse, mientras que gente en pijama salía a mirar con sus bebés llorando en los brazos.
Cuando me disponía a decirle que se diera vuelta y se pusiera boca abajo, las luces de los postes y de las patrullas explotaron. Si, explotaron de repente. Todos nos agachamos, algunos transeúntes gritaron. Mi capitán disparó sin alertarnos, por lo que lo seguimos. El condenado recibió casi todas las putas balas, como un campeón, cayendo como un saco al suelo. Cuando el jefe hizo el ademán de que nos detuviesemos, mi pulso temblaba, tenia miedo, sentí que en algo nos equivocamos, que algo pasamos por alto.
Era Agustín, el comandante de la comisaría de la ciudad. Para cuando el sepulcral "oooooh..." se dejó sentir entre nosotros, los tatuajes del comandante Agustín se desprendieron de su cuerpo mientras este vomitaba sin parar. Sus tatuajes se desprendieron de él, atacándonnos a nosotros y a las personas. El comandante mutó en una bestia negra, peluda y con cara de toro. Estabamos todos heridos, la gente ya había desaparecido y la bestia no se dejó esperar, gritando su victoria a todo el cielo.
De su mano brillaba algo, el cual se iluminaba con el fuego que emanaba de los autos destrozados. Yo lo conocía muy bien, era ese veneno, era esa mierda, esa porquería capaz de transformar a cualquier ser humano. La inconfundible etiqueta no podía ser otra, era Coñac el gaitero.

@Mentiras en el trabajo 11, "¡Este es mio!"

- ¡Este es mio!– me dijo la pequeña niña arrebatando de mis manos el producto. Desconozco que extraño ser se apoderó de mi, el cual me hizo resonar tan solo una palabra en mi cabeza: venganza. No solo una venganza en contra de esta niña, sino que de todos aquellos niños que me habían quitado el producto de las manos durante todo este tiempo.
- Pasa pa' acá– le respondí a la niña que no entendió porqué el joven buenmozo que empacaba estrelló su yogurt "chiquitin" contra el suelo. Me reí a carcajadas, por mucho rato. La madre de la hija me insultaba en mi cara, la niña lloraba, la cajera me preguntaba, "¿Por qué hiciste eso?", mis amigos miraban consternados. No lo sé la verdad, "no sé porqué lo hice" pensaba mientras miraba hacia la nada.

sábado, 12 de diciembre de 2015

@Micro 59, "¡Lo vi en el gourmet!" *

Un día parecido
- ¿Qué hüeá estai' haciendo? –increpó Alberto, observando como tomaba el cuchillo. Mi cara tenía una sonrisa incontrolable; sentía la sangre que se agalopaba en mi cerebro y en las manos, con el pulso acelerado y la cocina girando alrededor, como si me pidiera que explotara; algo andaba mal.
- Estoy bien –le mentí, mirando el cuchillo que tenía en mi mano.Es que... Quiero cortar...Yo quiero cortar.
- Ya pero, ¿Podrías alejar el cuchillo de mi cara? –con un rápido movimiento lo escondí detrás de mi espalda, simulando una sonrisa para que todo estuviera bien.
- ¡Yo puedo, hüeón! –grité con las manos en alto. ¡Lo vi en el gourmet!los gritos de Alberto no los pude oír, vociferando que no cometiera una estupidez, pero ya era muy tarde. Con un frenesí indescriptible, destrocé la cebolla a tal punto de que no servía para nada, ni menos para hacer el sofrito de la salsa.
Mi buen amigo Alberto arregló el desastre; nos mandamos un buen bajón con esos fideos con salsa aquella tarde. Aunque, siento que la carne tenía un extraño sabor, una extraña textura... Desconozco en donde la compré.